17/07/2011

Heredarás la tierra

Los mercados, esos entes con nombre y apellido y suculentas cuentas en paraísos fiscales, se han erigido los dueños de la tierra. Todo, incluidas nuestras miserables vidas, les pertenece. Nos matan por nuestro bien, dicen ellos y sus títeres-portavoces políticos. Nos roban y maltratan para conseguir la salvación. Pero no la nuestra, sino la de un sistema acelerado que ve llegar su fin y apresura el expolio de todos los recursos naturales y humanos.

Los sacrificios que nos exigen desde el Olimpo financiero me recuerdan a esos otros que Yahvé solicitaba a sus súbditos en el Antiguo Testamento. Si quieres complacerme, asesina a tu hijo en mi honor. Las deidades económicas nos reclaman lo mismo. Sacrificar a nuestros hijos, a la esperanza de una vida digna, a la creatividad y la imaginación, a cualquier germen de rebeldía contra sus intereses.

Para conseguir sumergirnos en la ignorancia, que es la antesala de la esclavitud, promueven un modelo educativo que fomenta el servilismo a los amos y la competitividad entre iguales. De esta forma, las futuras generaciones carecerán de resortes y referencias para quebrar las cadenas que les están fabricando. Percibirán su cautiverio como un estado natural y no se plantearán jamás que otro mundo más justo es posible.

¿Y qué pasa con nuestra generación? Nosotros, los que nos resistimos a caer en la ignorancia pluralista, aún somos capaces de identificar el Mal. ¿Cuál será su plan para someter a la masa crítica que reniega de sus dogmas? Gracias a sus sofisticados sistemas de vigilancia planetaria no les resultará difícil crear listas de proscritos para mantenernos en un underground aséptico que evite el peligro de contagios subversivos. Aún a riesgo de que me califiquen como paranoica, se me ocurre que las manadas de lobos que nos acechan no dudarán en envenenar con litio el agua que bebemos si con ello consiguen desmoralizar la disidencia.

Harán cualquier cosa para asegurar su supremacía. Para eso nos inculcan la necesidad de aceptar borreguilmente sus salarios de hambre, el saqueo de los bienes comunes, el pago de unas deudas que los ciudadanos nunca contrajimos o los ataques especulativos de las sacrosantas agencias como inevitables. Es la cultura del poder invisible que condena el amor y el coraje de los pueblos para sustituirle por un sistema que es claramente enemigo de la gente.

Nos cuentan que no hay otro remedio. Mienten. ¿Qué pasaría si aplicamos la tabla rasa a las demandas mercantiles? Alemania, después de una guerra que la sumió en una situación catastrófica, consiguió eliminar su deuda. Fue un convenio internacional quien lo logró  para evitar el hundimiento del país. Gracias a esa condonación fue posible lo que hoy se conoce como el milagro alemán.

Los gobiernos obedecen a los tecnócratas. Temen contradecirles y juegan contra su propio equipo aceptando todo tipo de recortes e injusticias sociales. ¿Y si no fuera así? ¿Y si en vez de amedrentarnos ante el rugir de las tripas de los temibles mercados, les plantáramos cara? Nuestros dirigentes ni siquiera lo han intentado.

Pese a la inmoralidad de esta dictadura del capital, ningún líder europeo da un paso adelante para desafiar tímidamente a la Bestia. Entonces, ¿para qué diablos sirve la Unión Europea? Con su pasividad, en vez de aplacar a los tiranos, nos mostramos más débiles. Presas fáciles e indefensas a las que nadie piensa impedir que les hinquen el diente.

Decía Sócrates, otro insurgente sin duda, que la ignorancia es la raíz de todos nuestros males. Es ella la que más nos debe preocupar. Podemos tragarnos el discurso único que propagan los cuadros de mando de la represión fascista financiera y renunciar a que nuestra descendencia viva en paz, justicia y libertad. O podemos ponernos a pensar. No hace falta ser un gran economista para reconocer la crueldad de este sistema. La ignorancia nos impide explorar las alternativas al Mal. Cualquier atisbo de bondad se interpreta como una perversión y se criminaliza el hecho de no aceptar la versión oficial.

Pues bien, yo me declaro atea al nuevo culto. Aún más, blasfemo de todos y cada uno de sus mandamientos para situarme a la extrema izquierda de su podrida doctrina. No temo al infierno con el que nos amenazan porque hace días que siento la caricia de sus llamas.

Desde ahora mismo les confirmo que son mis enemigos y que no van a seducirme con cantos de sirenas. Han declarado la guerra a nuestros hijos. Les están arrebatando lo que, por derecho, les corresponde como herencia. Y no podemos permitirlo.

El contrincante es poderoso, no tengo duda, pero desestiman la fuerza y el valor que los humanos podemos desarrollar para proteger a nuestras crías. Cualquier animal lo haría. Servidora, no piensa ser menos. Que vayan tomando nota.