No me dejéis ser fiera

Salomé Prego-Villaverde es secretaria regional de universidad de Asturias de las NNGG del PP. Esta joven ha mostrado las garras de la fiera que aloja en las entrañas vomitando su ideología en el twitter: «En España no cabe un tonto más: regalamos 25 millones de euros para África! A nosotros no nos regalan nada para paliar nuestras necesidades». No es extraño que su ausencia total de empatía haya levantado un maremoto de reacciones pasionales entre los miles de tontos que poblamos el país. Sin embargo, por la boca de Salomé no habla solo ella. Puede que se trate de un desliz involuntario o de un gesto deliberado y desafiante. Pero este negro sentimiento refleja el parecer individualista, xenófobo, clasista e inhumano que crece exponencialmente entre la ciudadanía.

Y no solo en España. Noruega acaba de darnos un triste ejemplo de los monstruos que esta clase de ideas pueden provocar. Los chicos y chicas socialdemócratas asesinados en Ultoya lo han sido por creer en otros ideales. Conceptos como el de la solidaridad y la fraternidad que compartían con los brigadistas noruegos que defendieron la República en nuestro suelo durante la desmemoriada contienda que precedió a la dictadura.

El pasado 18 de julio, unos pocos días antes de la masacre y en esa misma isla, se había realizado un homenaje a estos brigadistas. Los muchachos que luego fueron objetivo del neotemplario ultraderechista, celebraron con versos el coraje demostrado por los compatriotas que lucharon y entregaron su vida por la libertad en tierras extranjeras.

El poema que cantaban, «Por nuestra juventud», había sido escrito por Nordahl Grieg que fue corresponsal durante la contienda española. En él hablaba de resistir contra el totalitarismo: «Ellos acumulan obuses y granadas, nosotros solo podemos resistir, empeñando nuestra vida, por la supervivencia del futuro, de nuestros jóvenes”.

«Resistiremos, resistiremos», entonaron miles de noruegos en los funerales que se oficiaron en la Catedral de Oslo en recuerdo de las víctimas de Ultoya. Incluso los monarcas noruegos repitieron los versos mientras las lágrimas corrían por sus regias mejillas. Algo impensable en esta España cuyo monarca fue elegido a dedo por el dictador, el Congreso no se atreve a condenar el golpe de estado de los fascistas en el 36 y el gobierno envía representantes al Vaticano para canonizar a los caídos por Dios y por España.

De aquellos cenagosos barros de la historia, la cobarde negación de los hechos al desnudo, vienen los podridos lodos en los que se revuelcan personajes como la señorita Prego. Tergiversar la realidad es un ejercicio que no resulta complicado en nuestra patria. Sale de balde. Esto da lugar a que feroces personajes expulsen gratuitamente su veneno y nunca pase nada. Si la situación social y económica que vivimos puede calificarse de crítica, la que atraviesan los países del Cuerno de África es directamente dramática. Definir como tontería socorrer a una población que muere de hambre por causas que no son ajenas a la comunidad internacional es parte del discurso de la fiera que se quita la máscara para mostrarnos su huesuda calavera de odio y desprecio hacia el género humano.

Pero en algo estoy de acuerdo con la desalmada Salomé: En España hay muchos tontos. Aunque son otros los motivos que me llevan a la misma conclusión. Tontos en un estado laico que regala diez mil millones de euros a la Iglesia Católica. Tontos apocados y gallinas que aceptan sumisamente que el pueblo pague la factura de los especuladores sin atreverse a meterle mano un sistema fiscal más justo y proporcional. Tontos que encomendarán su voto al Partido Popular el próximo 20 de noviembre a pesar de que eligen un programa ignoto que seguirá beneficiando a los tiburones conocidos. Tontos que se vuelven contra el hermano extranjero señalando estúpidamente a la inmigración como la principal causa de la crisis y reblan como pusilánimes ante la corrupción y los desmanes de nuestra clase política.

Aunque también nos queda una esperanza que ahora se dirige caminando hacia Bruselas. El despertar de un movimiento, el 15-M, que no entiende la vida como un botín sangriento y exclusivo. Ellos, como los jóvenes de Ultoya, no solo piensan resistir al avance de la barbarie. Tienen la ilusión de crear un mundo nuevo en el que las personas, todas las personas sean cuales sean sus razas o culturas, puedan habitar con más justicia y libertad.

Ellos, al contrario que Salomé, no quieren ser fieras hambrientas y encarnizadas. Su humanidad avanza por las carreteras y mi corazón, y el de otros muchos, acompaña todos y cada uno de sus pasos.