III. Pepis y Tito Biello se enamoran

¡Quien podía predecir que temperamentos a primera vista tan dispares como la señorita Pepis y Tito Biello pudieran congeniar tanto¡

Pepis y Tito Biello paseaban del bracete por Motorpasión, el céfiro acariciaba sus rostros, sofocados por el papelón de tener que entregar trofeos ¡servidumbres de la política¡

Tito Biello susurró acercándose:“¿No es verdad, Luifer querida, que en esta tierra de motos, entre ruidos y azafatas, nuestros caminos se acercan y ¡sorpresas de la vida¡ hacemos buena pareja, aunque no les guste a todos?. Y añadió: “si me haces caso, no te pasará como a Lanz-cella, tendremos una relación estable y duradera, beneficiosa para nosotros y para nuestro corrico, aunque Ragón pinte menos que pachorras en Pastriz”.

Respondió Pepis: “Dame un respiro, angel mío, me apabullas, me sofocas, que no estoy acostumbrada a cortejo tan audaz. Modera tu intensidad, que aun estando en un circuito, me asusta tal velocidad.”

Preocupada ante tanto acercamiento, Crin Roja, su asesora, siempre dispuesta a impedir acercamientos a Pepis, le musitó al oido: “¡mucho cuidado, nada de sexo¡”, pues recordaba la liberalidad y tolerancia vivida en Europa.

Pero esa inquietud por el sexo no estaba justificada. A la pareja ya solo les atraía la erótica del poder. Mientras expresaba tan convincentes razones, Tito Biello se frotaba las manos. Había colocado a todos sus leales y sus familias en altos cargos, asesorías o secretarías de consejeros. Pepis, por su parte, no las tenía todas consigo: “tenía que aguantar hasta las elecciones generales las impertinencias de este político de secano –se dijo, añorando su gloriosa época madrileña–. Y después, conseguida la mayoría deseada, sería el momento de atornillar”.

Como se ve, el enamoramiento no era apasionado; Pepis y Tito Biello sabían ya mucho de la vida y no confiaban en el amor. Estaban de acuerdo en que mejor que compartir sentimientos es compartir intereses.