23/03/2012

Ángel Cristóbal Montes: el intelectual melancólico

“Confesiones melancólicas”: eufemismo de pesimistas. Es Ángel Cristóbal Montes lector agudo de los filósofos griegos, San Agustín, Montaigne, Kant, Schopenhauer, Nietzsche, Kierkegaard; Heidegger, Gadamer, Popper, Steiner. No españoles: salvo “algunos leves fogonazos metafísicos” de Ortega o García Bacca “meros divulgadores del pensamiento filosófico alemán”.

Le produce melancolíael desbarajuste espiritual que la ancianidad produce”. Miedo a la muerte, a la vejez y sus secuelas: “la degradación física y mental, la falta de lo apolíneo”; la soledad. Piensa con Löwith: “la última prueba de una vida conseguida es poder envejecer dignamente y morir bien”.

Profesor satisfecho: “la docencia, auténtica bendición”, en ningún momento dejada. Discípulo del “mejor civilista de España”, Lacruz Berdejo, tuvo la suerte de enseñar, en Caracas primero, luego en Zaragoza; y se ha sentido “apreciado, respetado y aun admirado”. Critica en los profesores, junto a cierta dignidad, grandeza y “dedicación generosa y solícita”, a veces “la vanidad, la soberbia y la intriga”, la arrogancia. Y denuncia en la Universidad “precariedad, insuficiencia, adocenamiento, vulgaridad y practicismo”.

El balance es pesimista en lo político, tras treinta años de dedicación, desde 1977 como diputado sin dejar huella en la Constitución, que “no es un modelo, pero tampoco mala”: “no ha conseguido alzar el vuelo, consolidarse como una democracia seria, creíble y eficaz”, ya que “no basta con establecer las reglas formales”, y no se definen bien el régimen de partidos ni una buena ley electoral.

En 2007 dejó de ser, veinte años, diputado en las Cortes de Aragón, que presidió en 1991-1995. Y antes, Consejero del Gobierno preautonómico (1978-1981), cabeza de fila en las generales de 1979, (hasta 1983 con el PSOE, luego con el PP, dos “dinosaurios políticos”), candidato sin éxito a presidente de la DGA (1987) y a la alcaldía de Zaragoza (1991), “serias desavenencias políticas con un todopoderoso Aznar”.

Es un mundo “a ras de tierra, todo él preñado de intrigas y añagazas”: “demasiados casos de corrupción enfangan nuestra democracia y provocan un clima de indignación, de denuncia, de sospecha y de asco en la mayor parte de la opinión pública española”. Y acusa a los partidos de “la poco exigente selección de sus candidatos”. Sobre el sistema autonómico, su idea federal, vista la situación actual hubiera sido un error. Abomina de los partidos nacionalistas y critica la escasa vigilancia del Tribunal Constitucional, escasa coordinación, dobles funciones, “alegría en el gasto público”. Y se siente mal: “es casi imposible salir de la política sin mancha alguna”.

Su consuelo es la Filosofía, “agitado para siempre por un vendaval de dudas, incertidumbres y sospechas”. Pero “tampoco en filosofía me ha alcanzado la fama, y con ello, casi con total seguridad, se cierra la última puerta”. Buscó “el reconocimiento, el aprecio, la admiración y la estima, en definitiva, el éxito”, sólo en parte conseguido, con “el inevitable acogimiento a la vanidad”: treinta y nueve obras, tres palmos de libros. Cuanto le ha apetecido. Busca “la paz interior que piadosamente cierre el doloroso periplo”, ya que “obtener el aprecio, el reconocimiento y la gratitud públicos”, sería viable “suavizando posiciones rigurosas e intransigentes”.

El libro es un “cierre intelectual”, si bien espera “estímulo suficiente para continuar su declinante vida”. Y, autocrítico, reconoce su “ingenuidad y ensoñación excesivas”, autoengaño, aceptar adulaciones, esperar contra toda esperanza. Pero “esperar ¿qué? Razonablemente, nada. Realistamente, nada. Vitalmente, nada. Ya han pasado las oportunidades”. No todas, porque la de escribir este libro de desvestimiento y autoexamen y presentarlo a lectores y amigos, es una oportunidad magnífica, que muchos no han tenido.

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Ángel Cristóbal Montes: Confesiones melancólicas. Zaragoza, Mira Editores, 2012, 248 pp.

 

Articulo publicado en el Heraldo de Aragón el jueves 22 de  marzo de 2012