Rajoy, a sus fieles: “No tenemos nada de qué avergonzarnos”
En el Congreso del PP andaluz, celebrado el pasado fin de semana, Mariano Rajoy se dirigió a los asistentes para decirles que podían ir “con la cabeza bien alta y con orgullo”, pues “no tenemos nada de qué avergonzarnos, estamos trabajando en beneficio de todos”.
Podría ser interesante analizar la psicología de un líder político que se dirige así a los suyos, intentado darles lecciones y consuelo moral. ¿Por qué dijo eso el Sr. Rajoy? ¿Es que, sintiéndose como Cristo mártir, veía a sus fieles injustamente criticados, mortificados y perseguidos por seguir la recta doctrina? ¿sentía algún sentimiento personal de culpa? ¿es cierto que sigue cobrando como Registrador de la Propiedad de Santa Pola?
Quizá el Sr. Rajoy se estaba dando cuenta del problema personal de muchas de esas personas. Dentro de la masa que apoyó al PP es evidente que, aparte de los poderosos y de los del pesebre, hay mucha gente sencilla y trabajadora que lo está pasando muy mal (autónomos, pequeños negocios, parados, jubilados, dependientes), que ven que el Gobierno del PP lleva al país a una situación peor de lo que estaba. Muchos de ellos empiezan a avergonzarse en su entorno de ser del PP o de haberlo votado. Incluso se tienen que oir: “los recortes que los apliquen a quienes les votaron”.
Muchos de ellos habrán asistido a mítines entusiastas, en lo que se criticaba al gobierno del PSOE y se prometía un cambio inmediato a mejor. Algunos incluso pudieron leer el programa electoral del PP, en su versión íntegra (“lo que España necesita”) o abreviada (“Súmate el cambio. 100 propuestas para el cambio”). Y es lógico que ahora entiendan que les han engañado y que han ayudado a engañar a los que no votaron al PP, pero también lo sufren. Lo que está haciendo el gobierno nada tiene que ve con lo que se dijo en los mítines o en el programa electoral. Por eso, cualquier persona de buena fe siente vergüenza y tiene que bajar la cabeza cuando en el bar, en casa, con familiares y amigos, se le critican las actuaciones de “su” partido.
A esa gente de buena fe, mucha, le empieza a surgir una duda: ¿podían ser tan ignorantes sus jefes? ¿o no lo eran, y todo fue un engaño para echar por tierra los derechos adquiridos de los débiles y consolidar y aumentar los privilegios de los poderosos? De ellos y de esa derecha rancia y caciquil de toda la vida que ya se atreve a expresar su rencor y su prepotencia (“¡que se jodan¡”).