Hacer Política en las calles
Los malestares, los profundos malestares, nos han echado a la calle a muchos miles de ciudadanos. Sin esas actuaciones, sin esas protestas, sin esas huelgas, sin esas “mareas” y sin esa calle las cosas no serían lo mismo, sino mucho peor. Pero ello no es, en modo alguno, el punto de llegada, sino el de partida. Mirando a lo ya hecho quizá no resulte difícil convenir en que no han faltado ideas ni proyectos ni tampoco organización para lo concreto, pero sí para lo general. Y lo general, en mi opinión, desde mi profunda convicción de que la revolución social es posible y deseable desde la Política, pasa por no excluir, en las acciones ciudadanas y de los diferentes colectivos, la acción parlamentaria.
¿Cuántos consideramos que es necesario un proceso Constituyente en el que nada –ni la jefatura del estado, ni la forma de organización del Estado, ni la ley electoral, ni la financiación de partidos y sindicatos, ni las leyes sobre la corrupción, ni la banca, ni la ley y práctica hipotecaria, ni la legislación laboral, ni el sistema fiscal, etc, etc.- quede excluido de discusión y cambio?
Sabemos, grosso modo al menos, lo que queremos y, sobre todo, lo que rechazamos. No es poco. Coincidimos muchos ciudadanos –unidos en nuestro viaje del descontento a la indignación y de la indignación a la calle- en las líneas esenciales de por dónde debe caminar una Política que tenga como interés esencial a los ciudadanos. Y coincidimos también en que la Democracia no puede ser un remedo actualizado del viejo despotismo ilustrado en el que, desconfiando del pueblo, se vela por él en su nombre. Es mucho sin duda lo que cada ser humano ignora pero es también mucho lo que cada ser humano sabe. Y desde luego sabe qué es lo que, como ser humano, le beneficia sin que los nuevos déspotas ilustrados tengan que imponerle, obedeciendo otros dictados e intereses, medidas que le perjudican notablemente aunque vengan revestidas, para ser digeribles o al menos soportables, de que son en su beneficio y en el del “país”. Los dirigentes siempre entienden lo que los demás no entendemos y debemos confiar, cuánta más ciega confianza mejor, en que solo procuran nuestro bien, el de la amplia colectividad ignorante a la que en la práctica necesitan y en teoría se deben.
Desde esas coincidencias a las que aludía podemos y debemos articular una respuesta política –sin renunciar a otras y a las ya emprendidas- que se traduzca en el futuro parlamento. Una respuesta encaminada a un proceso constituyente vertebrado en torno a esas demandas ciudadanas a las que, en parte, hacíamos referencia. Para ello necesitamos, en una situación excepcional como la actual, no nuevos políticos sino personas nuevas dispuestas a hacer Política. Y hacer Política no para perpetuarse en ella, no para constituirse en una nueva clase política con voluntad de permanencia, sino para asentar una legislación que permita un presente y un futuro más democrático y, por tanto, más ciudadano.
Los partidos son el problema y también la solución, empieza a oírse en distintos foros. Uno de los problemas actuales, sí, una de las soluciones también, pero no hoy. Y no solo porque se hayan ganado, a pulso y durante años, su descrédito, sino porque no pueden, pese a voces pretendidamente regeneradoras, autolimpiarse sin destruirse.
Se necesita, una parte al menos de la ciudadanía –la de las calles, la de las reivindicaciones, la de la lucha, la esperanzada en que es posible una profunda transformación social-, un grupo en el parlamento que haga valer sus planteamientos, que los lleve a la práctica en las leyes.
¿Cómo conseguirlo y, sobre todo, cómo tener la seguridad de que no serán unos políticos más y una nueva traición a esos planteamientos y a esos ciudadanos?
Es ahí, en lo que debemos trabajar –sin renunciar, ya lo dije, sin bajar ni un ápice la intensidad en otras actuaciones de lucha cotidiana-. Por mi parte indicaré que me parece esencial que quienes puedan optar a la representación reúnan, y se comprometan notarialmente, estos tres requisitos:
– No haber desempeñado cargo político, al menos en los últimos 8 años.
– Comprometerse a no tener más beneficios durante su ejercicio de representación que los que venía teniendo en el momento mismo de presentarse candidato.
– Comprometerse a no volverse a presentar al menos en la siguiente convocatoria electoral.
La finalidad de estos tres requisitos es clara: se trata de servir a los ciudadanos, no de enriquecerse ni de profesionalizarse políticamente a sí mismo. Sólo así, en mi opinión, se podrá, primero, ganar la confianza de ciudadanos que pretenden una Política en consonancia con sus aspiraciones, deseos y necesidades y, segundo –y es la finalidad esencial, la consecuencia de lo anterior- solo así podrá llevarse a cabo una legislación que tenga como principal objetivo la ciudadanía y sus mayoritarias demandas de equilibrio social, de predominio de lo público y de verdadera Democracia Política.
Solo cambiarán sustantivamente las leyes si la sociedad actúa y solo con unas leyes sustantivamente diferentes la sociedad podrá seguir actuando sin necesidad de someterse a tecnócratas impolutos ni a regeneradores populistas.
En la coyuntura actual, también en Política, especialmente en Política, se necesitan ciudadanos sacrificados, no sacrificadores.