Pascual Blanco, siempre Pascual Blanco
In memoriam
El mundo de la cultura aragonesa llora la pérdida del pintor Pascual Blanco. Catedrático de la Escuela de Arte de Zaragoza y académico de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis, el artista estaba en posesión del premio Aragón Goya (1998).
El pasado día 7 de abril, en una tarde de domingo que nunca olvidaré, recibí una llamada telefónica que me anunciaba el repentino e inesperado fallecimiento de mi mejor amigo: el gran pintor y grabador Pascual Blanco Piquero. Al principio no podía ni quería dar crédito a la noticia, pues había hablado con él esa misma mañana, para luego recibir el golpe brutal y feroz de la verdad: un infarto fulminante había acabado con su vida a los 69 años de edad. Nada se pudo hacer, como en tantas otras ocasiones, y nada sé qué decir ante ese vacío infinito que provoca la muerte de un ser querido. Y sólo me queda el consuelo, quizás para que el dolor no sea tan agudo, de recordar ese deseo de Pascual de morir de una manera rápida y de no volver a revivir en su propia persona la lenta agonía de su primera esposa, la pintora Encarnación Izar.
Dada mi condición de historiador del arte, soy consciente de que tendría que hablar aquí de su figura como gran creador de la plástica aragonesa contemporánea. Pero eso es algo que ya lo he hecho en múltiples ocasiones, y, además, ahí están las publicaciones, los catálogos y hasta la página web en la que el lector interesado podrá ver sus principales etapas artísticas y sus indiscutibles méritos profesionales. De hecho, aquí y ahora, desde estas páginas virtuales de Andalán, con el que el pintor había colaborado en tantas ocasiones, tan sólo me gustaría subrayar su actitud como creador, en su doble vertiente de pintor y grabador. Una actitud que estaba basada en una fórmula muy sencilla: horas y horas de trabajo en su estudio del barrio de La Paz, así como de una entrega y de una honestidad con su profesión que no conocían límites. Pascual Blanco era sinónimo de búsqueda constante de creatividad y de superación artística, patente desde aquellos tiempos del Azuda 40 hasta su consagración en los espacios expositivos más relevantes de nuestra ciudad, y ahí están las exposiciones magistrales que presentó en la Lonja (1992) o en el Palacio de Sástago (2005), por citar tan sólo dos ejemplos ilustrativos.
Pero quiero recordar también otro hecho que me parece muy significativo: la gran actividad expositiva del artista en Francia y, en especial en Italia, donde era considerado como uno de los grandes pintores españoles de todos los tiempos. En el país transalpino expuso en los palacios más hermosos, recibió las mejores críticas y el público se disputaba sus obras. Lástima que su último proyecto, la decoración mural de la iglesia parroquial de Cristo Rey de Fermo, con todos los bocetos ya terminados, no pueda nunca llegar a materializarlos. No hace falta decir que la desolación ha cundido entre los impulsores de esta idea, los poetas y grabadores italianos de la Associazione Culturale “La Luna”, quienes no han dudado en venir hasta Zaragoza, en compañía del párroco de ese templo que nunca pintara, el padre Pietro Antonio Orsini, para despedir en su último viaje a su admirado y querido maestro.
De todas formas, para los amigos y familiares que asistimos emocionados a la ceremonia de su entierro, lo que de verdad nos hiela el corazón es que hemos perdido a una gran persona, al compañero siempre bondadoso y discreto, al ser que era todo un paradigma de entrega y generosidad. “¿Qué haremos ahora?”, me decía otro de sus allegados con la voz entrecortada y los ojos enrojecidos. Pues aguantaremos el tipo con la hombría y la humanidad que le caracterizada. Lo llevaremos en el corazón, cómo no, y trataremos de seguir el ejemplo de un hombre bueno en el más noble y puro sentido de esta palabra, tal y como decía en sus versos don Antonio Machado. Gracias a Pascual, a su compromiso ético con el mundo que le ha tocado vivir, a su afán de libertad y de justicia social, somos todos un poco mejores, mientras que su actual esposa, Maite Gil, y sus dos hijos, Sergio y Begoña, tendrán siempre la referencia imborrable de su inestimable ejemplo. Y quizás, en algún momento de ensoñación, tengamos la fortuna de volverlo a ver paseando en un algún paraíso perdido con ese paso cadencioso que también ha heredado su nieto Mario, tal y como aparece en la foto que ilustra estas palabras. Mientras tanto, hasta siempre, querido maestro, por el hermoso regalo de más de treinta años de amistad.