Sus distinguidas y democráticas señorías
Hay una fantasía recurrente entre la gente distinguida y prudente que trabaja en los ámbitos de la política, el periodismo o la academia. Consiste en aferrarse con fe ciega a que no hay lugar ni excusa para perder las formas y alterar la cortesía en la vida pública; que siempre existe la opción de mantenerse en la urbanidad y la corrección. Todo lo más, se permite alguna ingeniosa salida de tono retórica que provoque chismes y dé un poco de vidilla a corrillos de pasillos enmoquetados.
Estos correctos demócratas con prefijos y sufijos ven con horror las expresiones de la injusticia y gustarían de encajarlas con calzador dentro de los cauces, los benditos cauces de las reglas del juego. Si se ejerce la injusticia y está dentro de los cauces, no pasa nada, sólo merecen una respuesta dentro de los cauces. Da igual que sirva para algo o no. Cuando señores de corbata provocan un desahucio con una firma y un sello oficial, de forma solemne y procedimental amparados en las leyes, están dentro de los cauces. El desahuciado que se pone a vivir debajo de un puente y que come en Cáritas está dentro de los cauces. Todo bien, todo democrático. Todo según las reglas del juego. Cuando esta persona muera sobre un infecto colchón, la progresía mesurada y refinada dejará escapar una lágrima elocuente y rogará por el advenimiento de una socialdemocracia redentora. Por los cauces, claro está. Las familias de orden simplemente lo verán como el orden natural del universo, que por cierto, les ha dejado bien colocados cuando se repartieron las cartas por Dios o por el Mercado, tanto da.
Y es que, según los cauces, los ricos pueden firmar sentencias de muerte antes de dar una rueda de prensa y tomar un cóctel de gambas. Los jodidos de la tierra, según los cauces, sólo pueden ver cómo se reduce su esperanza de vida y esperar cuatro años a ver si los sociatas llegan al gobierno y esta vez hacen lo que nunca han hecho. Ahora bien, cuando los pobres se resistan con uñas y dientes a aceptar su destino, todos ellos, los distinguidos y respetables, harán una mueca de desprecio como poseídos de un síndrome de Stendhal social.
La chusma a la que Andreita Fabra gritó «que se jodan»; la chusma que encima quiere tener el lujo de comer tres veces al día, como nos señaló Buruaga; los que prefieren comer a pagar la hipoteca, que dijo Cospedal; o tal vez los que quieren la dación en pago para vilmente comprarse otro piso, como nos advirtió Pujalte. Esa turba de feos, resentidos, fracasados y envidiosos villanos, cuando sale a luchar son desagradables. Sí, la lucha es desagradable y molesta… molesta para los ciudadanos de bien que van de compras, para el tráfico, para el ilustre diputado democrático… de hecho, aún es más molesta para el que la está ejerciendo, eso se lo puedo jurar. Pero claro, mientras sufra en silencio no pasa nada. O no pasa nada si sufre protestando en la calle a la hora comunicada a la delegación del gobierno, sumida en la total indiferencia política o el cada vez más común silencio mediático; mientras la clase media y los rentistas siguen haciendo sus compras y siguen tomando su chocolate en las terracitas del paseo independencia o la plaza del Pilar. Democracia, cauces, reglas del juego.
Poco importa que las reglas del juego se las hayan pasado los ricos por el arco del triunfo, ya que lo han hecho con educación y buenos modales. Y con corbata.
Los pobres, feos y mal vestidos, gritones, poco formados, no son tontos, pese a lo que cree la gente de orden. Saben que la única manera de tener una oportunidad de justicia es romper con la fantasía. Es alterar el orden y las reglas; forzar una legalidad que no es garante de justicia sino una camisa de fuerza que asegura el orden social del régimen. Nadie quiere ir a la cárcel; nadie quiere multas impagables; nadie quiere que le hostie la policia nacional; pero no les están dejando ninguna otra opción. La de los modales ya se tomó y no sirvió de nada.
La lucha es desagradable, fea, antiestética, grosera, sucia… como feas son las fábricas y según qué centros de trabajo; como lo es el desempleo, la pobreza, la miseria, la desesperanza y la rabia. Los escraches a diputados, los piquetes ante los esquiroles, cruzar un contenedor tapando una calle… son la única defensa de los machacados contra el abuso, y ojo, todavía no es violencia. Todavía.
Bien harían algunos progres concejales, líderes sindicales, académicos y redactores que alardean de progresismo, en recordar cuál es el origen de tanta grosería y fealdad. Pero sobre todo deberían empezar a preguntarse sinceramente de qué lado están, porque en tiempos de normalidad aún puedes jugar a dártelas de lo que sea menester, pero cuando la tierra se abre, hay que saltar a un lado o al otro y no hay término medio. Lo siento, no hay término medio.
Y sobre todo, la democracia no es tener modales con el explotador; democracia es el poder del pueblo. Sin duda, una afirmación «populista» para los tiempos qu.e corren. Y la democracia, ahora, se defiende también con escraches y piquetes