En la muerte de Javier Tomeo y Rosario Parada
En la muerte de Javier Tomeo
A fines de junio, Luis Alegre escribió un soberbio artículo sobre Tomeo, del que reproducimos un párrafo, en homenaje al gran escritor y querido amigo:
“Que se sepa, Tomeo nunca se pronunció al respecto. Pero merecía ser despedido y enterrado en su pueblo y su pueblo merecía ese honor. Javier nació en Quicena en 1932 y allí, con sus padres, vivió la infancia y la adolescencia en medio de circunstancias históricas muy poco vulgares: la II República, la Guerra Civil, la primera posguerra. Desde la tumba de Javier se divisa el Castillo de Montearagón, una de sus eternas referencias, su magdalena de Proust. Ese castillo, Quicena y Aragón siempre estaban en su boca, formaban parte de sus adicciones sentimentales, de sus obsesiones más cotidianas. Él retrató muy bien el absurdo pero hubiera considerado absurdo ser enterrado en otro lugar. Hay algo muy hermoso en que Javier haya vuelto para siempre al lugar en el que se abrió al mundo. El día de su entierro Antón Castro le dedicó a Javier un inspiradísimo poema que comienza así: “En mi principio está mi fin, dijo el poeta. En mi final está mi origen: la luz de Quicena…”.
No se trata de algo baladí. Para nuestro sosiego, sentimos una absoluta necesidad de saber dónde está nuestra gente- la que queremos o admiramos- incluso cuando ya no sigue en este mundo. Si se ignora dónde se hallan los restos de los seres queridos o de grandes personalidades se suele hacer lo imposible para encontrarlos”.
Y en la de Rosario Parada.
A mediados de septiembre ya, llegó otra noticia luctuosa. Había muerto Rosario Parada, la decana de los periodistas aragoneses, y suegra de nuestro también buen amigo José Manuel Pérez Latorre. Extractamos un párrafo del artículo que escribió Antón Castro:
“Los años 90 fueron especialmente estimulantes para ella: firmó varios libros como ‘Ferrocarril a Francia por Canfranc’, una de sus obsesiones, ‘El pueblo gitano en España y Aragón’ o un libro misceláneo como ‘El manifiesto de un jubilado’, e incluso una pequeña historia de Santa Cruz de la Serós, que era su paraíso en la tierra. Entre sus novelas destacan esencialmente tres: ‘Entre dos fuegos’, donde se cuenta una historia real, de amor, tensión y violencia, que sucedió en su finca de La Mezquita en el entorno de La Sotonera y la Hoya de Huesca, en vísperas de la Guerra Civil, la citada ‘Erminda Borghetti’, que conoció dos ediciones (la segunda, impecable, a cargo de Gerardo Alquézar), y es un amargo retrato de mujer, vapuleada por el destino en tiempos de Eva Perón, y ‘El testamento de la reina’, su peculiar mirada hacia Isabel la Católica y la difícil relación que tuvo con su marido Fernando de Aragón.
María Rosario de Parada fue una mujer vitalista, que superó pruebas durísimas: la muerte de un hijo, arrollado por un tranvía en el Coso, la pérdida de otro posteriormente, y el adiós de Hernán, su esposo, apasionado de los libros y especialmente de la encuadernación. María Rosario, Maruja, trabajó hasta que perdió la vista hace algo más de dos años: entonces, de una vitalidad arrolladora, soñó las narraciones, las vidas que no había podido escribir. En 2011, Carmen Bandrés le dedicó una biografía: ‘María Rosario de Parada. El arte de vivir’ (Huerga & Fierro). Un elogio, una vindicación y un homenaje a una mujer esencialmente buena que encontró uno de sus mayores placeres intelectuales durante la redacción de su libro ‘Conversaciones con Pedro Laín Entralgo’ (1994). Hoy será enterrada en Santa Cruz de la Serós, adonde solía retirarse todos los veranos con una hermana y con un pelotón de nietos. Allí era inmensamente feliz.”