10/10/2013

Sinergia, cooperación

La palabra sinergia se ha puesto de moda. La Real Academia la define como la “acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales”. El vocablo original griego significa cooperación, y proviene etimológicamente de la unión del prefijo sin– (con, junto) y ergon (trabajo). En el moderno lenguaje político-social se aplica a la confluencia de intereses y esfuerzos que hacen posible la consecución de un objetivo relevante, haciendo hincapié en el carácter muchas veces coyuntural y efímero de dicha confluencia.

Quizá parezca una palabra un poco rebuscada, pero su significado nos es muy familiar. Los turolenses, sobre todo en los pueblos pequeños, tenemos un sentido profundo de la sinergia, hasta el punto de supeditar a ella casi todo nuestro funcionamiento colectivo. Sabemos que cualquier intento de hacer o cambiar algo por parte de una persona sola, o por un grupo pequeño que no cuente con el apoyo de la comunidad, es un gasto de energía inútil. A quien tiene una idea innovadora y trata de contagiarla, de buscar adeptos y colaboradores, suele costarle mucho. Mientras el individuo no percibe que todos o casi todos los demás miembros de la colectividad entran en la onda, no mueve un dedo. Esta actitud es la que nos ha granjeado a los turolenses una cierta fama de frialdad e inmovilismo, sobre todo ante la gente que viene de otras latitudes y nos conoce sin llegar a franquear el umbral de la amistad y el conocimiento personal.

Pero esa actitud no es más que un mecanismo de ahorro de trabajo, perfectamente comprensible en una sociedad como la nuestra, que históricamente ha tenido que buscarse la vida en condiciones difíciles, con recursos escasos. La política actual se basa en el parlamentarismo, en la búsqueda de consensos, en encontrar el común denominador de posturas a veces muy divergentes. Hacer realidad un proyecto significa con frecuencia meses o años de trabajo preparando informes con datos y argumentos que convenzan a alguien que buscamos nos financie. Ciudadanos, asociaciones o ayuntamientos enfatizan lo mucho que han de “luchar” para conseguir sus objetivos, cuando en realidad sólo hablan de lo mucho que les cuesta que alguien que está más arriba simplemente les escuche y les entienda. Los grupos que van a contracorriente de las ideologías dominantes pasan toda su existencia haciendo proselitismo casi inútil, gastando toneladas de entusiasmo en un empeño que está condenado de antemano al fracaso. Por el contrario, las sociedades rurales no nos permitimos esos dispendios: vamos al grano; empezamos a hacer sólo aquello que sabemos que se puede acabar, que se puede acometer con un consumo de esfuerzo razonable; evitamos los forcejeos inútiles y ponemos manos a la obra sólo cuando constatamos que TODOS remamos en la misma dirección.

Por eso parece que nos movemos por impulsos, pero ello no es sinónimo de irreflexión. Hay un subconsciente colectivo que identifica el reto y señala el momento oportuno en que todas las energías se aúnan (energía en sintonía, sinergia) para acometerlo con éxito. El mismo frenesí solidario se desata ante una catástrofe o una desgracia que requiere respuesta inmediata, una situación en que nadie duda que TODOS nos vamos a volcar. Por eso el pueblo hace piña cuando hay una riada o un incendio. Por eso, entretanto, un peirón o un viejo lavadero van cayéndose a trozos durante décadas sin que nadie haga nada. Pero amanece un día en que el subconsciente colectivo dictamina que su restauración es la tarea más urgente del mundo y, dicho y hecho, el peirón o el lavadero lucen de nuevo en todo su esplendor.

José Luis Simón  es miembro del Colectivo Sollavientos

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