Carta de Jon Sobrino a Labordeta

Para José Antonio Labordeta

Querido Labordeta:

Así te escribo pues así te llamo cuando hablo de ti.

Me cuenta Jesús Mari Alemany que estás un poco pachucho, pero con ánimo. Y me dice que estás feliz con el artículo de Dean Brackley.

El artículo de Dean se explica por sí mismo. Yo estuve en Casa Presidencial para recoger la condecoración que le daban al Padre Amando López, burgalés. Detrás de mi había un grupo de personas, que no sabía quiénes eran. Eran unas quince entre mujeres y hombres, sencillos campesinos de Jayaque que sufrieron mucho durante la represión y la guerra.

Al final del acto, sin moverse de sus lugares se pusieron de pie y empezaron a cantar con una naturalidad que no he visto en ningún festival de televisión, y con una dignidad mucho mayor. No eran Pavarotis ni María Callas, evidentemente. Pero su canto transmitía una alegría muy especial. Y, sin alardear de ello, había un timbre de “triunfo” en su canto. Habían vencido el terror de hace 30 años y el miedo a recordarlo. Triunfaron sobre un largo silencio. Pero no comunicaban triunfo sobre nadie, sino alegría y gozo de todos.

El instrumento para expresar todos esos milagros ha sido tu canción “Libertad”. Felicidades José Antonio. Comprendo muy bien que estás feliz y comparto lo que me dice Jesús Mari: que eso te hace más feliz que la Medalla del Mérito en el Trabajo. Una cosa no quita la otra, evidentemente. Y te felicito por la medalla. Pero mas necesitados que de esos reconocimientos estamos, pienso yo, del canto de estos campesinos. Marca un ritmo muy especial en nuestras vidas, y en sociedades que no saben a dónde van.

José Antonio perdona este discurso. Para mí tú eres una voz para indicar caminos, y para que, recorriéndolos, sepamos a dónde vamos. Y si los pobres cantan tus canciones, como decimos aquí, “le has atinado”.

La primera vez que oír cantar tu “libertad”, hace muchos años, creo que en un congreso de teología, me llegó mucho la letra y la música, de esas que se pegan enseguida a la piel. Pero lo que más recuerdo es que estábamos todos de pie cogidos de las manos en alto y bamboleándonos un poco. No es pequeño signo del Reino de Dios, pensé.

Pues eso es todo, querido José Antonio. A los de Jayaque les haré llegar lo que me cuenta Jesús Mari. Sigue adelante.

Un fuerte abrazo

Jon