Jesús López-Medel En Alta Mar
Presentación del libro en Zaragoza
Buenas tardes y muchas gracias por su asistencia a la presentación de este libro, en el que Jesús López-Medel que recoge los artículos de opinión, la mayoría publicados en El periódico de Cataluña, El Mundo o El país.
Conocí al autor en el Congreso de los Diputados en la legislatura 1996-2000, cuando coincidimos ponentes y portavoces de nuestros respectivos grupos parlamentarios en la Reforma del Estatuto de Autonomía de Aragón, en la que se introdujo el reconocimiento de Aragón como Comunidad histórica.
Como él dice en la Introducción, acababa de llegar a la política nacional, y se encargaba de buscar el apoyo de otros grupos parlamentarios, porque el primer gobierno de Aznar no tenía mayoría absoluta.
Lo intentaba incluso con quienes estrenábamos ser oposición después de década y media de ser el partido del gobierno. Soy testigo de su actitud dialogante y conciliadora. Nos entendimos pronto y bien.
Prueba de su talante concertador es que, siendo diputado, escribió varios artículos conjuntamente con algún otro diputado socialista. Y en el libro hallarán títulos tan explícitos como «¡Recuperemos los consensos!», «¿Reunión o encuentro?», «Nuevos rumbos de moderación», «¿Ideas o lucha de poder»…
Él era portavoz del PP en la Comisión de Administraciones Públicas, área de la que era ministro Mariano Rajoy, y tenía enfrente, como portavoz socialista, a Rodríguez Zapatero. Los dos llegarían a presidentes de Gobierno. Y quizá Jesús pensó que llegaría a ser Ministro, como lo pensábamos quienes lo veíamos trabajar en el Congreso, siendo ponente de una treintena de leyes.
Llegó, dice, lleno de ilusión por servir a la sociedad, creyendo firmemente en los valores sociales y éticos de la política como servicio (p. 27).
Pero ya no eran los primeros años de la democracia y predominaban quienes habían decidido tener la política como medio de vida. Y llegó la decepción del «iluso inocente», según sus propias palabras.
En el libro pueden leer las causas y los pasos de su ruptura con los dirigentes del PP: primero con Aznar, por su prepotencia y por la guerra de Irak; después, con Rajoy, por engañar al electorado y destrozar los derechos sociales.
Pero, más allá de los motivos concretos de la crisis (que le llevan del inicial rechazo interior a la creciente irritación), el libro es el cuaderno de bitácora del navegante solitario que se ha lanzado a navegar en alta mar y va describiendo sus experiencias en la defensa de la opinión libre y de los derechos ciudadanos, frente a las inclemencias y tempestades que azotan la nave, y que no son otras que la falta de democracia interna, la corrupción, la invasión de las instituciones por los partidos, la desvirtuación de la representatividad, la degradación del Parlamento.
Es la travesía de un hombre libre y crítico con la degeneración del sistema, el grito de un indignado que ha decidido escribir para no sentirse solo y compartir la crítica.
Va sintiendo cómo se adentra en el mar y va quedándose cada vez más solo, abandonado por sus compañeros, que prefieren seguir en refugio seguro. Y se duele de ser recordado en el PP como el diputado díscolo ante la Guerra de Irak y no por su ingente y provechoso trabajo parlamentario.
Además de ese sentimiento doliente de soledad, hay en sus textos un ansia por sintonizar con otros en valores e ideales.
Hay también la inquietud y el deseo de no ser cómplice de la mayoría silenciosa de la que los gobernantes quieren apropiarse (p. 39).
Pero hay, sobre todo, un esfuerzo por intentar ayudar con su opinión a la regeneración de la política, de ser voz cívica, altavoz de la ciudadanía.
El autor combate por la laicidad de la política, es decir, contra el sectarismo que impera en los partidos, que utilizan los argumentarios como dogmas de catecismo, imponen la obediencia ciega y anatematizan a quien pretende tener ideas propias.
Es muy ilustrativa la anécdota que cuenta en «¿Para qué sirve el Parlamento?» (p. 51), cuando un portavoz adjunto de su grupo lo agarró del brazo, saliendo del hemiciclo, y le susurró al oído: “Jesús, aplaudes poco”. ¿Un reproche, un consejo, una amenaza?. Uno empieza a ser sospechoso cuando no se comporta como uno de esos hooligans fanáticos capaces de interrumpir un discurso del “líder” veinte veces, aunque apenas haya dicho seis frases brillantes, cuando se comporta de acuerdo con lo que escucha o, simplemente, de acuerdo con su manera de ser, reflexivo y moderado en el caso de Jesús.
Después de ser diputado tres legislaturas (1996-2008), en el artículo «¿Hay vida tras la política?» hace consideraciones sobre la actividad política, a la que algunos se dedican —nos dedicamos— con clara vocación de servicio a la sociedad, pero otros son —dice— «seres dependientes para quienes la política es pura supervivencia y malabarismo«, «perfiles de inquebrantable y cínico entusiasmo por el líder«, etc. Y se lamenta de que gente de gran valía profesional y criterio propio se haya retirado desde 1996.
¡Qué puedo decir si comparo con 1982, cuando llegué yo! O más aún, con 1977 y 1979, cuando los diputados y senadores cobraban mucho menos de lo que ganaban como funcionarios, abogados, profesores universitarios o economistas (pienso en gente de aquí, como Santiago Marraco, José Antonio Biescas, Ramón Sainz de Varanda, Lorenzo Martín Retortillo, Ángel Cristóbal, Juan Antonio Bolea, José Félix Sáenz Lorenzo, León Buil, Emilio Gastón, Hipólito Gómez de las Roces, José Ramón Lasuén, Antonio García Mateo, entre otros). No voy a preguntar los nombres y profesión de los actuales diputados y senadores. Tampoco yo me los sé.
El autor ha tenido vida tras ser cargo público, ha seguido haciendo política desde la sociedad civil con sus artículos, libros y actividad internacional a la que me referiré luego. Y ejerce como abogado del Estado, porque ha preferido volver a al servicio público, a pesar de tener abiertas oportunidades en el ámbito privado.
Pero, si ha tenido vida tras ser cargo público, es porque la tenía antes de serlo. Esa es la clave de la calidad de la representación democrática. Y lo contrario explica el alejamiento de la sociedad en que se encuentra varada la actual casta política, y que el último sondeo del CIS constate más de un 50% de abstención.
Jesús había dejado de escribir artículos en el verano de 2009. Y volvió en diciembre de 2012, debido a que «lo que acontece —cito— es mucho más grave, pues no es solo una erosión inmensa del prestigio de las instituciones, sino la quiebra deliberada de la base de una democracia: los derechos humanos». Fin de la cita.
Y sigue hablando de la regresión de los derechos políticos, como el de manifestación, y de los derechos sociales, a la educación, a la sanidad, a la vivienda y al acceso a la justicia.
Volvió con rabia, porque en ese mismo artículo se refiere al «que se jodan», pronunciado en el hemiciclo por una diputada, hija del inefable corrupto, Carlos Fabra, expresidente de la diputación de Castellón.
Algunos títulos de los siguientes artículos son:
¿Por qué tanta corrupción?; Políticos honestos, pero silentes; Monarquía y ejemplaridad instando, hace más de un año, a que la infanta Cristina renunciara a la línea de sucesión; ¡Vaya líder empresarial¡, referido a unas declaraciones del presidente de la CEOE; España y la inseguridad jurídica; ¡Qué pena de la Marca España¡; o Qué pena de Parlamento, en el que cuenta con tristeza un caso insólito de injerencia y de censura, al no publicarle la Revista de la Cortes Generales, después de haber sido aceptado, el artículo «Calidad normativa-calidad democrática».
Jesús ha tenido, además, una amplia actividad internacional. Se refugió en ella en su última legislatura y volcó toda su energía en diferentes escenarios: en Oriente Medio; en América Latina, con la Organización de Estados Americanos (OEA).
O en la ex-Yugoeslavia y la antigua URSS, como miembro de la Asamblea de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE). Así vivió en directo la revolución naranja de Ucrania, escribió un libro sobre el ocaso y caída del imperio soviético, que le prologó el propio Gorbachov.
Y luego ha seguido como observador internacional en las elecciones de diversos países.
Fruto de esta experiencia, son los textos recogidos en la segunda mitad del libro, en los que uno aprende muchísima geopolítica.
Hay también artículos sobre el Yak 42, el papa Francisco, Teresa de Calcuta, las adopciones y el tráfico de niños.
Los temas son muy variados, pero el eje transversal de todos es la defensa de los derechos humanos en todos los países (cierra el libro pidiendo la abolición de la pena de muerte en Estados Unidos). Y, en función de esa defensa, le alienta la concepción de la política como concreción ética y como servicio público.
Y no le falta sentido del humor:
Es incisivo y brillante, cuando califica la revolución ucraniana de «revolución sin gas, naranja sin vitamina», en alusión al gas ruso (págs. 468-70).
Satírico, cuando compara la reaparición de Aznar o las memorias de Alfonso Guerra con los otros, de la película de Amenabar, o con los fantasmas que vagan en otra magnífica película, El bosque animado (p. 111).
Irónico, al describir a Rodríguez Zapatero perdido en el laberinto del Estatut catalán, cual Teseo en el laberinto del Minotauro, pero sin una Ariadna que lo guiara (págs. 165-7).
Mordaz, cuando confiesa que se sintió devorado por quienes representaban tipos de los grabados negros de Goya, aludiendo a quienes aplicaban la máquina de la mayoría absoluta y lo marginaban por sus llamadas a la moderación (p. 186).
Pero también amable, como el artículo dedicado a las inocentadas un 28 de diciembre, «Una sonrisa por favor» (págs. 288-90).
O socarrón, al aludir al astronauta soviético que servía a una patria que ya no existía cuando aterrizó (p. 406).
Termino afirmando que Jesús es un magnífico articulista, que se lee bien porque escribe bien; y que su lectura resulta atractiva porque escribe sintiendo lo que escribe.
Anímense a comprar su libro. No se arrepentirán.