15/02/2010

La cólera de Dios

Que dios es de derechas y milita en el PP, es un hecho irrebatible para los nuevos cruzados nacionalcatólicos que han usurpado impúdicamente su voz y su palabra. Predican en su nombre, omitiendo esa latosa parte de las escrituras que cuenta las andanzas del hijo díscolo, presunto hippie y demasiado revolucionario, hasta hoy en día, que vino a enredarlo todo con proposiciones absurdas como poner la otra mejilla o no juzguéis si no queréis ser juzgados.

Es el otro, el Padre de los Antiguos Testamentos, el que verdaderamente les inspira en su nueva cruzada contra el rojerío rampante y la pérdida de los valores tradicionales. El Jehová al que no le temblaba el pulso a la hora de mandar plagas a los enemigos de su pueblo y que no se arrugaba en organizar un diluvio universal, para hacer borrón y cuenta nueva, si las cosas no marchaban por el camino deseado.

Ese dios colérico toma forma en la España ultracatólica y utiliza portavoces purpurados, políticos peripatéticos y académicos chiripitiflaúticos para hacerse oír alto y claro. Desde Rouco Varela hasta María Dolores de Cospedal, son muchos los voceros de la ira contrariada del Supremo hacedor. Sus discursos convergen en una miscelánea donde lo divino y lo humano se entremezclan para conformar un único mensaje: que la relajación moral es la responsable de todos los males, incluida la crisis económica, que asolan nuestra sociedad actual.

El cardenal va un paso más allá y denuncia la transformación que sufren principios fundamentales como la justicia y la caridad. Debe ser esa misma justicia que reclaman cuando piden condenas para las mujeres que deciden abortar o esa caridad que les impulsa a excomulgarlas a ellas y a cuantos les apoyen. En esta misma tónica parlotean orates con cátedra como Pedro Juan-Viladrich, Director del Instituto para la Familia de la Universidad de Navarra, que en una conferencia sobre el aborto, impartida ante 500 estudiantes de enfermería, comparó la violación con la fortuita caída de una teja sobre la cabeza. Un desgraciado accidente cuyas consecuencias hay que apechugar, ya sean éstas una brecha o un embarazo no deseado, porque esa es la voluntad celestial.

Resignación, puesto que, como dice otro monseñor, el arzobispo de Granada Javier Martínez, la mujer que aborta se pone en disposición para que cualquier hombre disponga de su cuerpo a voluntad. Y puestos a decir asnadas, compiten como adolescentes perianales a ver quién es el que la suelta más gorda, prelados lenguaraces como Cañizares, que ningunea la pederastia en comparación con el terrible crímen del aborto, o de verborrea irreflexiva como José Ignacio Munilla, el descentrado obispo donostiarra, que considera peor nuestra deriva moral que el terremoto sufrido por los haitianos.

Pero, estos instrumentos desafinados, no son los únicos adalides con los que cuenta el movimiento. Están también los quintacolumnistas, como Vidal, Schlichting, San Sebastián o Losantos, que toman el pendón antiabortista para guiar al pueblo de dios contra el ateísmo imperante. Contra esa España infiel que comparan con la que organizó las razzias del 36 y quemaba los conventos. No vayan a creer que nada de esto es casual. Durante el gobierno de Aznar medio millón de abortos se practicaron sin que ninguno de estos pájaros entonara el miserere. Es ahora, con los socialistas en el poder, cuando toca cerrar filas a la guardia pretoriana del PP y a su aliada histórica natural, la Iglesia Católica. El Foro de la Familia y todos los grupúsculos de su órbita, se convierten en el brazo de ese dios terrible que, armado de pancartas, camisetas y fetos de plástico, abona el semillero del que piensan nutrirse los populares en las urnas. Por eso no escatiman en usar estiercol, para que su plantel siga medrando y esto les proporcione una productiva cosecha electoral.