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Desde el 3 de julio y hasta el 5 de septiembre ofrece la excelente galería A del Arte una muestra importante de Víctor Mira. Reproducimos el texto que, remitido por la galería, es un Fragmento del estudio de David Cortés Santamarta, profesor de Teoría e Hª del Arte de la Universidad Europea de Madrid, que en la actualidad realiza su tesis doctoral sobre la obra de Mira.
“Tras un título de apariencia neutral y descriptiva, lo que Mira propone en Cien imágenes de África es una cosmogonía. Las estampas registran escenas de un tiempo primigenio en el que se produce el origen del mundo, se establece la división entre los diversos elementos y dominios de la naturaleza, surgen las criaturas y se instauran tanto los ciclos de las estaciones y los estadios de la vida humana como las normas, transgresiones y labores que sustentan las estructuras sociales. Un mundo donde la humanidad coexiste con seres sobrenaturales y se comunica con los animales, en el que la circulación entre vida y muerte es fluida, compleja, múltiple. Este cosmos primordial y animista -el espíritu agita cada materia e impulsa a cada ser- es convocado por Mira no sólo a través de las imágenes sino también mediante los breves comentarios, tan precisos como evocadores, que las acompañan, abriendo aún más su capacidad de sugerencia.
En diversos textos se ha apuntado la posible inspiración del artista en las pinturas paleolíticas de la cordillera franco-cantábrica, del Neolítico levantino o de las pinturas rupestres de Sudáfrica. Mira rara vez facilitaba las claves de su creación, prefiriendo mantener un cierto hermetismo en torno a sus recursos y referencias iconográficas. En este caso no fue una excepción, pero si se comparan ciertas figuras que aparecen en Cien imágenes de África con las pinturas rupestres descubiertas en el Sahara, en la región denominada Tassili n’Ajjer, datadas en el Neolítico y que se cuentan entre las más antiguas expresiones artísticas realizadas en el continente africano que hayan llegado a nuestros días, puede afirmarse que este fue el principal punto de partida para buena parte de los personajes, animales y escenas del ciclo.
Mira recurre a las soluciones gráficas dominantes en esas pinturas rupestres, como la eliminación de los detalles fisionómicos o anatómicos para dar prioridad al valor del puro contorno o de la masa cromática que aquel circunscribe, la coexistencia de signos abstractos con figurativos, o las formas biomorfas, a veces filiformes y otras abultadas, de unos seres que, aún en su esquematismo, poseen una intensa vitalidad y animación. Con una íntima apropiación de esas fórmulas plásticas Mira genera un asombroso repertorio de imágenes que, a la vez que conservan en su trazado una suerte de anónima perentoriedad, fundan un universo personal con personajes que habitan no sólo Cien imágenes de África, sino que reaparecen en los dibujos, témperas y óleos asociados a ella. Bajo títulos como Pinturas de la noche, Mediodía, Cultura del arco, Pinturas de la revelación o Pinturas de la media muerte, Mira desarrolla una iconografía de arqueros, iluminados, mujeres recogiendo caracoles, parejas que elevan sus brazos en señal de ofrenda, seres sometidos a las fuerzas telúricas o que ejecutan misteriosos ritos…
La sobriedad cromática que Mira se autoimpuso como punto de partida activa una asombrosa capacidad de explorar en las posibilidades que las diversas técnicas calcográficas poseen para generar múltiples gradaciones, texturas y densidades. En ese sentido, sólo por su dimensión puramente técnica y por el abrumador virtuosismo desplegado por el artista -en estrecha colaboración con el estampador, Ignasi Aguirre, cuya labor Mira siempre alababa al hablar del proyecto- Cien imágenes de África ya merecería ocupar un lugar destacado en la producción gráfica de la segunda mitad del siglo XX. El autor recurre a los procesos clásicos de estampación, como el aguafuerte, el aguatinta, la aguada, el carborundo o la punta seca, pero los combina entre ellos, los aplica sobre papeles y cartones o los conduce a sus propios límites para generar efectos inéditos en los que el impacto plástico encuentra una perfecta alianza con la dimensión expresiva o lírica de cada una de las escenas”.
María Luisa Grau Tello publica un interesante Cuaderno de Cultura Aragonesa, de Rolde, sobre Democracia y pintura mural en Zaragoza, 1984-1995, parte de su mucho más extensa tesis doctoral sobre el tema, referido a 1950-1997. Un enfoque muy original sobre la expresión artística urbana, con excelentes ilustraciones en las que, se nos indica, “algunos de los ejemplos más sobresalientes corresponden a las cúpulas del Pignatelli, con murales de la Hermandad Pictórica Aragonesa, Pascual Blanco, Pedro Giralt o Educardo Salavera; el ejemplo del Museo Pablo Gargallo, con un friso realizado por José Luis Cano; o los murales de Jorga Gay para las Cortes de Aragón y la Delegación del Gobierno en Aragón”. Un acierto.
Algo tiene Calatayud, en su cultura y su paisaje, en sus figuras más destacadas, que hace que la fotografía paisajística se desarrolle espléndidamente. Nos referimos a la pasada exposición de José Verón Gormaz, “El silencio viviente”, en la UNED de esa ciudad, cerrada a fines de junio. Y a su secuencia en el mismo activo centro, de fotos de la Comarca de Calatayud, por Jorge Miret. Un doble acierto.