Se levantaron temprano. Había llovido durante la noche. Iban a hacer una excursión a Ainsa, la villa medieval, capital del Sobrarbe, levantada en la unión de los ríos Ara y Cinca. Antes de comenzar la excursión dieron un paseo por las calles de Biescas. Los olmos aún chorreaban y la calle echaba vapor como relumbrantes retales de seda, imposibles de atrapar pero que, no obstante, tejían una brillante alfombra a sus pies. El perfume de la tierra era casi embriagador. Las hojas y flores mojadas relucían cuando les daba el sol.