Nos habían dicho y hemos repetido muchas veces que hay que ser buenos y solidarios. Durante veintitantos años he ido enseñando en las clases de Ética y Filosofía y en el entorno familiar que no es de recibo imponer la ley del más fuerte o que el fin no justifica los medios. Desde los púlpitos se proclamaba el sinaítico “no matarás” o el evangélico perdón a los que nos han ofendido. A mediados de los setenta España fue dejando su caspa celtibérica y empezó a hablarse de democracia y de libertades. Personalmente, explicaba con pasión en las aulas la ética de Aristóteles y sobre todo la de Kant como un maravilloso himno a la coherencia personal y ciudadana.