Los Gobiernos de concentración nacional, después de la triple crisis de 1917, supusieron el último intento de regeneración del régimen político español de la Restauración, pero llegaban en un momento en lo que solamente era viable ya la ruptura con el mismo. En principio, se pretendía que liberales y conservadores abandonasen sus enfrentamientos, tanto entre ellos como en el seno de sus formaciones que, en realidad, eran más intensos o virulentos. Además, se apostó por introducir en los engranajes del poder a la burguesía catalana, representada por una Lliga Regionalista que había protagonizado el fallido intento de profunda reforma política de la Asamblea de Parlamentarios de Barcelona y que ahora veía con espanto el auge de la presión anarcosindicalista en Cataluña. Era la hora de participar en el Gobierno del Estado. Eran momentos en los que pesó más el alma burguesa que la catalanista.
Frente a la desaparición efectiva de los partidos dinásticos en el período de crisis final de la Monarquía de Alfonso XII surgieron nuevas formaciones políticas monárquicas más modernas y adecuadas al momento histórico.