En la primera entrega nos complacíamos en la singularidad de la Amazonía y sus gentes, y nos quedamos con la propuesta de salvar el Yasuní como seña de protección de la biodiversidad y de las comunidades indígenas, que ahora parecen concitar los odios de todos los villanos: paramilitares, traficantes de droga, deforestadores, petroleras, etc. Cuando todo esto se junta, comienza el exterminio de los aborígenes.
Para un país pequeño como Ecuador, la existencia de explotaciones petrolíferas pudo suponer la esperanza de poseer una actividad económica de base para el desarrollo del país. Después de 40 años de explotación del recurso, y de una gestión torpe y deficiente de las empresas implicadas, con graves afecciones a las personas y el medio natural, la relación coste/beneficio no parece tan satisfactoria como la esperada.